El cementerio de las buenas intenciones.
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Autor: Pelayo Méndez.
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sábado, 24 de noviembre de 2007

Reunión

La sala de reuniones se ha convertido en una impaciente sala de espera. Sólo falta por llegar X., tarde, como siempre. El empresario al que tenemos que convencer hoy para que nos preste sus millones es un gallego enorme de traje azúl. Capitalista aférrimo con todos sus complementos; traje anodino pero que debe valer mi sueldo de un año, reloj de oro y brillantes, impagable mirada altiva modelo "tengo de todo pero no entiendo de nada" y por supuesto, sentada estoicamente a su lado, señora de pechos operados sonriéndo a cualquier cosa de menos de treinta años que se mueva. Desde hace un rato la habitación conserva un silencio sepulcral. Hemos tomado café, hablado del tiempo, del partido del Barça y el Celta e incluso H., el contable de la empresa, ha intentado un par de chistes penosos que no han hecho gracia a nadie. No tenemos nada más que decirnos si no es para hablar del proyecto y no podemos empezar hasta que X. no aparezca. Vuelvo a coger el teléfono y marco por cuarta vez el número de su móvil, la concurrencia me mira entre espectante e indiferente. Este cabrón no contesta. Trato de disculparme de nuevo con el pez gordo y su señora cuando la puerta de la sala se abré y X. entrá como una exhalación, agitando el teléfono móvil en la mano.
- Ya va, ya va... ¡Chicos como está el tráfico! - X. se queda un momento congelado, nos mira como tratando de reconocernos y cuando localiza al tiburón gallego se avalanza hacía él gritando un "Hombreeeeeeeeee" que debe haberse oído en todo el edificio. Observo a X. tambaleandose a lo largo de la habitación mientras trato de calcular el número de gintonics que lleva encima. Un par al menos seguro, ya casi son las once de la mañana. El gallego se levanta para saludarle con una sonrisa franca en el rostro propia de los que se reconocen entre su especie. Balaenoptera musculus, podría ser en este caso. X. golpea con fuerza el hombro del gallego, "¿Qué taaaal?", después se asoma ostensiblemente sobre su hombro y le guiña un ojo a la señora acompañado de un codazo de complicidad que Balaenoptera acepta con orgullo. Tengo ganas de vomitar. A X. hay que vigilarlo de cerca, no dejarle hablar más de media hora, hasta ese momento la gente piensa que está frente a un genio zafio y despistado, después de ese tiempo se dan cuenta de que simplemente es un imbécil. Llevamos más de seis meses trabajando en este proyecto, esta semana apenas hemos dormido y llevo más de dos días despierto dando los últimos retoques. No recuerdo ni mi nombre, espera no, si era... da igual, no podemos estropearlo ahora. Me acerco al proyector y paso a la primera diapositiva esperando a que X...
- ¿Y qué tal? ¿Cómo es que no ha venido tu secretaria? - pregunta X. a Musculus. El gallego comienza a parlotear una respuesta pero X. le interrumpe de nuevo. - Seguro que la has dejado embarazada ¿no? ¡que tío!
H. se atraganta con el café y tose fuertemente tratando de no ahogarse. Todos los rostros de la sala han quedado pálidos como la nieve, entre la colección de estatuas la mujer del gallego resplandece en un tono amapola interesante. Adios al proyecto pienso, pero no, Balaenoptera se echa a reír y explica que su secretaria está de vacaciones. Su mujer suspira airadamente sacando un cigarrillo del bolso. No creo que nadie se atreva a decirle que aquí está prohibido fumar.
Miro a X. con cara de cordero degollado. Me sonríe diciéndome que todo va bien con el pulgar. Mi nombre era... tranquilo, no pasa nada. Mientras le devuelvo
la sonrisa trato de calcular las posibilidades de fallar si arranco el proyector y se lo tiro a la cabeza. No serían demasiadas. Comienzo la explicación, voy dejando pasar las diapositivas y hablo de ventajas, cálculos e inconvenientes, automáticamente, sin pensar demasiado. Todos miran a la pantalla fijiendo entender lo que estoy explicando pero la única pregunta cuando acabemos será como siempre el precio de venta. Todos menos X., se ha olvidado de la pantallla, lleva quince minutos con la mirada fija en el escote de la señora del gallego. Poco a poco se ha ido incorporando y tiene ya casi medio cuerpo dentro de la mesa. Alargo la explicación esperando que rectifique pero no, como siga acercándose así va a acabar tendido sobre la mesa de reuniones. Por suerte, cuando llego a la última diapositiva veo de reojo que vuelve rapidamente a su sitio. El gallego no tiene cara de convencido, no le gusta el asunto, demasiado técnico quizás, hay que pensar mucho. Tenía que haberle puesto el gráfico de las moneditas que van aumentando, ese nunca falla. He terminado, ahora le toca a X. rematar, un minuto y sabremos la respuesta de Musculus. Como es habitual a estas alturas H., el contable, suda como un cerdo. Todos miran a X. pero él sigue sin hablar, con la mirada perdida en los pechos de la señora Balaenoptera, embobado, perdón, reflexionando.
- X. - llamo su atención, - ¿qué opinas?
- No sé que decirte la verdad.
- Pero... ¿es buena inversión, no? - Silencio, ¿cuanto debe pesar el proyector? Ahora los hacen muy ligeros.
- El ¿qué?... no sé.. perdón es que no me puedo concentrar. No hay manera. Tengo que saberlo.
X. se reclina en el asiento y mira con espectación a la señora del gallego.
- Esas tetas son operadas ¿no? - dice señalando alternativamente cada una de ellas.
H. se ha puesto verde, si no le conociera diría que está a punto de ponerse a llorar. Nadie dice nada. Yo sólo consigo pensar que necesito dormir un poco. Urgentemente. Cierro los ojos y vuelvo a abrirlos pero la reunión sigue allí. La señora de Musculus que en un primer momento se ha quedado pasamada se levanta, y agarrándose los pechos con ambas manos sonríe orgullosa.
- 6.000 cada una. - responde muy animada.
Musculus rompe a reír y X. inmediatamente le guiña un ojo con complicidad. Estoy levantando el proyector de su sitio cuando H. incorpora en su silla, la señal convenida. Miro el reloj. Ya está, media hora justa. Me acerco a X. y lo levanto bruscamente agarrándole del brazo. Se resiste. Venga ya lo remata H., le susurro al oido, celebrémoslo te invito a un gintonic. X. se levanta y con paso rápido se dirige a la puerta, antes de salir se despide del público con una inclinación y un "enhorabuena por sus tetas" que el señor Balaenoptera musculus acepta con gusto.

1 comentario:

Anónimo dijo...

JA, ¡¡¡¡cambia de proyecto!!!!!!

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