Frío
Mudábamos de piel los dos aquel invierno. Lo tuyo, según contaste, había sido una conversación de ascensor que duró seis meses. Y pediste otra copa. Lo mío, según te dije, una gripe por dormir demasiado tiempo junto a un corazón frío. Nada especial. Nos pusimos de acuerdo y pedí otra copa. La batalla fue pacífica. Poco a poco fuimos venciendo al resto de clientes pero no al camarero, que terminó por ponernos en la calle con la amable excusa de otro bar. Me ofrecí a conseguirte un taxi y frente a él nos despedimos. "¿No te irás así?", preguntaste. No supe que decir. No hizo falta. "Déjame al menos que te lo cosa, lo vas a perder." Y al bajar la vista encontré colgando en mi abrigo aquel botón que la pereza hacía días conservaba en la cuerda floja. Ahora te veo de nuevo, años después, sentada en la misma barra de bar y me doy cuenta de lo que hemos cambiado. Puedo mirarte sin que me reconozcas. Pareces cansada, el invierno se ha hecho demasiado largo en ti. Y me gustaría contarte que de aquella noche no he olvidado tu imagen sentada en el sofá de la sala, la aguja entrando y saliendo, una y cien veces, suavemente, en aquella tela imposible de mi abrigo. Que recuerdo volver al frío en la mañana, pudiendo resguardar al fin el corazón. Me gustaría contarte que, por una vez, funcionó.
1 comentario:
te echo mucho de menos, la verdad. Tendré que hacerte otra visita pronto.
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