Urgencias
No sé como se llama este bicho pero en este momento me gustaría saberlo. Está tirado en el fondo de la jaula, al principio parecía que tiritaba de frío pero ahora los espasmos son menos regulares. Ni se te ocurra morirte. Sólo llevo seis horas cuidándolo y ya estamos así. Cuando se enteré el abuelo me va a matar. Está bien, me ha dicho antes de irse, te dejo la casa el fin de semana pero cuida del pájaro. No te va a dar problemas, eso dijo, no sé si antes o después de ten mucho cuidado es lo único que me queda de la abuela ¿Y ahora qué? ¿Cómo se hace el boca a boca a un canario? Descuelgo el teléfono y llamo a mi hermana. Es la única persona que consigo recordar que tiene animales.
- Tienes que ayudarme, algo le pasa al pájaro.
- ¿Qué pájaro?
- El pájaro del abuelo. Me ha dejado su pájaro para cuidarlo y le pasa algo. Igual me he equivocado con la comida. No sé que hacer.
- ¿Pero qué le pasa?
- Está mal, yo que sé. Se supone que tendría que estar saltando, cantando y esas cosas. Eso hacen los pájaros ¿no? ¿Qué hago? Pero este está tirado en el fondo de la jaula como bailando break dance.
- No sé, si quieres vamos a urgencias.
- ... No es necesario que hagas chistes.
- Es en serio, tranquilo. Espera busco la dirección y nos vemos allí. Conozco una clínica especialista en aves. Apunta...
- Vale nos vemos allí. Pero espera y como lo llevo hasta allí. Porque supongo que ambulancias no tienen.
- ...
Ha colgado. ¿Una clínica especializada en aves? Occidente no deja de asombrarme. Empiezo a rebuscar en los armarios, una bolsa de plástico me parece demasiado prematura, poco alentador, igual se desanima si lo meto ahí. Al final encuentro una caja de zapatos vacía, la relleno con un trapo de cocina y con cuidado coloco al pajarito dentro. Lo tapo aunque cuando voy a salir a la calle me doy cuenta de que tal vez necesite respirar, ya en el ascensor hago unos agujeros en la tapa con las llaves de casa. Tenemos suerte, enseguida pasa un taxi y con voz firme le digo al conductor la dirección. Rápido es una emergencia. Durante todo el viaje el taxista no deja de espiarme por el retrovisor. Me doy cuenta de lo nervioso que estoy, tal vez me haya excedido un poco. Fuerzo una cara de aprensión tratando de disimular. Pero no funciona porque incluso en la sala de espera de la clínica debo de tener una pinta extraña, el resto de dueños y pacientes me observa de reojo y después bajan la vista hacia la caja. Lo saben. ¡No ha sido culpa mía! Pongo cara de circunstancias y de vez en cuando levanto la tapa para ver si el pájaro sigue moviéndose. Parece que si. La señora enjoyada sentada a mi lado trata de asomarse a la caja descaradamente cada vez que la abro.
- Señora por favor quiere dejar de mirarme así. ¿Nunca ha visto una caja?
La señora arquea las cejas consternada. Tiene a su lado una jaula con un loro. Le dirige una mirada preocupada.
- Perdone, estoy un poco nervioso - me disculpo.
- Tranquilo, es normal- responde sonriendo. - Debes guardar algo importante ahí. Me aburro un poco, vengo mucho porque mi loro está deprimido...
En ese momento entra mi hermana en la consulta rescatándome justo a tiempo del comienzo de un apasionante monólogo sobre las depresiones de las aves tropicales. Le enseño el canario, sonríe pero no dice nada. No le veo la gracia. El abuelo igual se nos muere del disgusto. La enfermera se acerca y nos indica que podemos pasar. Avanzamos por un pasillo estrecho hasta una consulta. El médico entra a los pocos segundos y después de presentarse nos mira afectado, abro la caja y comienza a examinar al canario. Tengo un nudo en la garganta. Mi hermana parece a punto de romper a reír pero le doy un codazo para que se contenga. El veterinario menea la cabeza, se acerca a mi y poniéndome una mano en el hombro me dice con tristeza.
- Lo siento, pero ha sufrido una embolia.
No se que significa, eso no es culpa mía ¿no?
- Y eso ¿por qué? - pregunto.
- Bueno el calor, stress, varios factores. ¿Ha sufrido algún trauma últimamente?
Mi hermana se gira. Ni se te ocurra reírte.
- Pues la verdad es que si. Eso debe ser. Su dueña se murió hace unos meses. Últimamente cantaba menos, creo.
- Eso puede ser - asiente el médico apretando los labios. - Ahora tenemos dos opciones. Es muy difícil que salga de esta pero podemos entubarlo y dejarlo en observación una noche, le suministraremos un calmante para que sea todo más leve, o si no...
¿Lo está diciendo en serio? Trato de imaginarme una fila de canarios en cajas de cartón entubados rodeados de médicos en batas blancas que los observan. No lo consigo pero la otra opción, aún sin haberla oído, no me gusta nada.
- Pues no sé.... La verdad es que no le conozco mucho - acierto a contestar. - No puedo tomar esa decisión. Tendría que consultarlo con su dueño.
En el pasillo con una terrible sensación de cámara oculta sobre los hombros. Marco el número de mi abuelo en el móvil y trato de explicarle la situación. Que estoy en el hospital, que ha pasado algo ¿A quién? pregunta un poco asustado. Al pájaro. Silencio. Le explico las opciones lo más educadamente que puedo. Silencio. ¿Te lo estás inventando? ¡Claro que no! ¿Qué quieres que le diga al médico? Me parece escuchar una risa apagada. Dile que si cuesta menos de treinta euros sí, si no que lo tire a la basura. Al fin podré dormir tranquilo. Cuelgo, no me atrevo a volver a la consulta con esta respuesta. No me lo esperaba. Cuando le comunico al medico la decisión el veterinario relaja una sonrisa prometiéndome mantenerme informado de su evolución. Mi hermana se ofrece a llevarme a casa. No hablamos en todo el camino, me molesta esa sonrisa burlona y sin corazón que luce.
Sobre las once de la mañana una llamada de la clínica me despierta en el sofá de casa de mis abuelos. No recuerdo haberme quedado dormido. Una voz dulce me comunica que el pájaro no ha superado la noche y ha fallecido. Puedo pasar a recoger su cadáver durante el día si quiero. Cuelgo el teléfono. Comienzo a recordar. La jaula vacía en el salón me entristece, me levanto para cubrirla con una manta y vuelvo al sofá. La casa está en silencio. La vida parece un sueño.
- Tienes que ayudarme, algo le pasa al pájaro.
- ¿Qué pájaro?
- El pájaro del abuelo. Me ha dejado su pájaro para cuidarlo y le pasa algo. Igual me he equivocado con la comida. No sé que hacer.
- ¿Pero qué le pasa?
- Está mal, yo que sé. Se supone que tendría que estar saltando, cantando y esas cosas. Eso hacen los pájaros ¿no? ¿Qué hago? Pero este está tirado en el fondo de la jaula como bailando break dance.
- No sé, si quieres vamos a urgencias.
- ... No es necesario que hagas chistes.
- Es en serio, tranquilo. Espera busco la dirección y nos vemos allí. Conozco una clínica especialista en aves. Apunta...
- Vale nos vemos allí. Pero espera y como lo llevo hasta allí. Porque supongo que ambulancias no tienen.
- ...
Ha colgado. ¿Una clínica especializada en aves? Occidente no deja de asombrarme. Empiezo a rebuscar en los armarios, una bolsa de plástico me parece demasiado prematura, poco alentador, igual se desanima si lo meto ahí. Al final encuentro una caja de zapatos vacía, la relleno con un trapo de cocina y con cuidado coloco al pajarito dentro. Lo tapo aunque cuando voy a salir a la calle me doy cuenta de que tal vez necesite respirar, ya en el ascensor hago unos agujeros en la tapa con las llaves de casa. Tenemos suerte, enseguida pasa un taxi y con voz firme le digo al conductor la dirección. Rápido es una emergencia. Durante todo el viaje el taxista no deja de espiarme por el retrovisor. Me doy cuenta de lo nervioso que estoy, tal vez me haya excedido un poco. Fuerzo una cara de aprensión tratando de disimular. Pero no funciona porque incluso en la sala de espera de la clínica debo de tener una pinta extraña, el resto de dueños y pacientes me observa de reojo y después bajan la vista hacia la caja. Lo saben. ¡No ha sido culpa mía! Pongo cara de circunstancias y de vez en cuando levanto la tapa para ver si el pájaro sigue moviéndose. Parece que si. La señora enjoyada sentada a mi lado trata de asomarse a la caja descaradamente cada vez que la abro.
- Señora por favor quiere dejar de mirarme así. ¿Nunca ha visto una caja?
La señora arquea las cejas consternada. Tiene a su lado una jaula con un loro. Le dirige una mirada preocupada.
- Perdone, estoy un poco nervioso - me disculpo.
- Tranquilo, es normal- responde sonriendo. - Debes guardar algo importante ahí. Me aburro un poco, vengo mucho porque mi loro está deprimido...
En ese momento entra mi hermana en la consulta rescatándome justo a tiempo del comienzo de un apasionante monólogo sobre las depresiones de las aves tropicales. Le enseño el canario, sonríe pero no dice nada. No le veo la gracia. El abuelo igual se nos muere del disgusto. La enfermera se acerca y nos indica que podemos pasar. Avanzamos por un pasillo estrecho hasta una consulta. El médico entra a los pocos segundos y después de presentarse nos mira afectado, abro la caja y comienza a examinar al canario. Tengo un nudo en la garganta. Mi hermana parece a punto de romper a reír pero le doy un codazo para que se contenga. El veterinario menea la cabeza, se acerca a mi y poniéndome una mano en el hombro me dice con tristeza.
- Lo siento, pero ha sufrido una embolia.
No se que significa, eso no es culpa mía ¿no?
- Y eso ¿por qué? - pregunto.
- Bueno el calor, stress, varios factores. ¿Ha sufrido algún trauma últimamente?
Mi hermana se gira. Ni se te ocurra reírte.
- Pues la verdad es que si. Eso debe ser. Su dueña se murió hace unos meses. Últimamente cantaba menos, creo.
- Eso puede ser - asiente el médico apretando los labios. - Ahora tenemos dos opciones. Es muy difícil que salga de esta pero podemos entubarlo y dejarlo en observación una noche, le suministraremos un calmante para que sea todo más leve, o si no...
¿Lo está diciendo en serio? Trato de imaginarme una fila de canarios en cajas de cartón entubados rodeados de médicos en batas blancas que los observan. No lo consigo pero la otra opción, aún sin haberla oído, no me gusta nada.
- Pues no sé.... La verdad es que no le conozco mucho - acierto a contestar. - No puedo tomar esa decisión. Tendría que consultarlo con su dueño.
En el pasillo con una terrible sensación de cámara oculta sobre los hombros. Marco el número de mi abuelo en el móvil y trato de explicarle la situación. Que estoy en el hospital, que ha pasado algo ¿A quién? pregunta un poco asustado. Al pájaro. Silencio. Le explico las opciones lo más educadamente que puedo. Silencio. ¿Te lo estás inventando? ¡Claro que no! ¿Qué quieres que le diga al médico? Me parece escuchar una risa apagada. Dile que si cuesta menos de treinta euros sí, si no que lo tire a la basura. Al fin podré dormir tranquilo. Cuelgo, no me atrevo a volver a la consulta con esta respuesta. No me lo esperaba. Cuando le comunico al medico la decisión el veterinario relaja una sonrisa prometiéndome mantenerme informado de su evolución. Mi hermana se ofrece a llevarme a casa. No hablamos en todo el camino, me molesta esa sonrisa burlona y sin corazón que luce.
Sobre las once de la mañana una llamada de la clínica me despierta en el sofá de casa de mis abuelos. No recuerdo haberme quedado dormido. Una voz dulce me comunica que el pájaro no ha superado la noche y ha fallecido. Puedo pasar a recoger su cadáver durante el día si quiero. Cuelgo el teléfono. Comienzo a recordar. La jaula vacía en el salón me entristece, me levanto para cubrirla con una manta y vuelvo al sofá. La casa está en silencio. La vida parece un sueño.
1 comentario:
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Hola, hola...
Regresé por el poema de Luis Cernuda que me estuvo bailando a cada rato el día de ayer... y me encuentro con esta delicia... gracias...
Saludos...
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