Pasaportes
El ambiente en la comisaria es una mezcla de carnicería con olor a colegio público. La gente se acina en la sala de espera con la mirada fija en el panel electrónico que va marcando los números que serán atendidos. Tengo el P808 y llevo más de una hora esperando. Mi serie no tiene suerte. Disfruto en la espera con la lectura de Dostoyevski , no todos los días se tiene la oportunidad de leer "Crimen y castigo" en una comisaría. No tengo prisa, la verdad. Un hombre sin uniforme se asoma desde la sala de funcionarios, lugar prohibido del que nos separa una pared que impide ver el interior. Al parecer la red de ordenadores nacional ha caído y vamos a tener que esperar más tiempo del habitúal , sin el ordenador no puede hacerse nada, aclara el hombre. La gente responde con un suspiro de impaciencia al unísono, varios de los presentes escupen su prisa con poca educación al hombre de las explicaciones. La mujer sentada a mi lado me comenta lo mal que funciona la administración, según ella no saben encargarse de nada. Estoy por hacerle un comentario sobre su hijo de cinco años que no ha dejado de gritar en toda la mañana y hace un rato que me está dando patadas. Sonrío. Pasan los minutos. Dentro del libro Raskólnikov visita la habitación de Sonia para confesar su crimen mientras en la sala de espera el niño se vuelve cada vez más pesado, por suerte su madre decide levantarse y sacarlo a dar un paseo. Me quedo mástanquilo . Miro el reloj, llevo ya tres horas aquí sentado. El marcador electrónico vuelve a funcionar y el P807 aparece en él, es el número de una chica que acaba de irse cansada de esperar. Aguardo un par de minutos a que se den cuenta de que nadie acude pero no pasa nada. Vuelven la madre y el niño. No los aguanto más. Me levanto y me asomo a la sala de funcionarios, en la primera mesa una mujer sentada bajo el P807 tiene la mirada perdida en la pantalla de su ordenador.
- Perdone, - le digo. No levanta la vista, - pero el número 807 acaba de irse.
La mujer con aire cansado incorpora su cabeza y se ajusta las gafas. Me mira con desprecio y sin añadir una sola palabra vuelve a su ordenador. Estupendo. Acabo de ganar una hora más de espera.
Vuelvo a mi asiento en la sal de espera, lo de los gritos era soportable pero ahora el niño tiene entre las manos un hacha de plastico con la que se dedica a golpear todo lo que llama su atención. La integridad de mis rodillas está en juego y no logro concentrarme de nuevo en la lectura. Miro a su madre en busca de comprensión pero ésta solo gruñe y señala el marcador electrónico, en ese momento cambia. ¡Sí! ¡808! Me pongo tan contento que estoy a punto de volverme agitando los brazos hacia la sala en señal de victoria pero los rostros de la concurrencia me traen a la memoria la palabra linchamiento. No es buen momento. Entro en lahabitación prometida con cara de satisfacción y mostrando mi número ostensiblemente, me siento triunfante frente a la funcionaria de gafas. Le sonrío con toda mi buena intención. Hagamos las paces. A cambio obtengo una mirada pálida de medio segundo. La funcionaría me pide mis datos y una foto, después me hace firmar en un papel. La mano me tiembla. En menos de un minuto mi nuevo pasaporte está sobre la mesa.
- Qué bien, - comento adelantando la mano para cogerlo, - no sabía que lo dieran al instante.
Estoy a punto de alcanzar el pasaporte cuando la funcionaria se me adelanta y lo retira con gesto de sorpresa.
- Hace muchos años que funciona así, - me explica con condescendencia. - Son 17,20.
Silencio.
- ¿Cómo? - pregunto.
- 17.20, el pasaporte, - me dice tratándome como un imbécil.
Mierda. Lo soy. Nos quedamos mirando los dos. Cómo se lo explico ahora.
- Creo que no llevo dinero...
La funcionaria enciende la mirada y la clava en mi. Comienzo a notar el peso de la culpa sobre mis hombros. La mujer se ajusta las gafas, sonrisa cínica, se incorpora un poco en su asiento.
- ¿Me quiere usted hacer creer que lleva cuatro horas esperando y no sabía que hay que pagar? - dice poniéndose aún más rígida.
Su mirada se clava en mi. Siento miedo pero no puedo apartar la vista de ella, como un animal ante los faros de un coche. Quiero protestar. Salir corriendo. Empiezo a sudar. Una fotografía y sucarnét de identidad, eso fue lo que me dijo el tipo de la puerta que necesitaba. Y mira que le pregunte tres veces: ¿nada más? La sala comienza a dar vueltas. Trato de mantener la calma. ¿Eso ha sido una sonrisa? No. No. Necesito una respuesta inteligente.
- ¡Lo confieso! Lo confieso. He sido yo. He sido yo.
Bastante bien. Al menos se ríe. Tal vez ponerme de rodillas ha sido excesivo.
- Perdone, - le digo. No levanta la vista, - pero el número 807 acaba de irse.
La mujer con aire cansado incorpora su cabeza y se ajusta las gafas. Me mira con desprecio y sin añadir una sola palabra vuelve a su ordenador. Estupendo. Acabo de ganar una hora más de espera.
Vuelvo a mi asiento en la sal de espera, lo de los gritos era soportable pero ahora el niño tiene entre las manos un hacha de plastico con la que se dedica a golpear todo lo que llama su atención. La integridad de mis rodillas está en juego y no logro concentrarme de nuevo en la lectura. Miro a su madre en busca de comprensión pero ésta solo gruñe y señala el marcador electrónico, en ese momento cambia. ¡Sí! ¡808! Me pongo tan contento que estoy a punto de volverme agitando los brazos hacia la sala en señal de victoria pero los rostros de la concurrencia me traen a la memoria la palabra linchamiento. No es buen momento. Entro en lahabitación prometida con cara de satisfacción y mostrando mi número ostensiblemente, me siento triunfante frente a la funcionaria de gafas. Le sonrío con toda mi buena intención. Hagamos las paces. A cambio obtengo una mirada pálida de medio segundo. La funcionaría me pide mis datos y una foto, después me hace firmar en un papel. La mano me tiembla. En menos de un minuto mi nuevo pasaporte está sobre la mesa.
- Qué bien, - comento adelantando la mano para cogerlo, - no sabía que lo dieran al instante.
Estoy a punto de alcanzar el pasaporte cuando la funcionaria se me adelanta y lo retira con gesto de sorpresa.
- Hace muchos años que funciona así, - me explica con condescendencia. - Son 17,20.
Silencio.
- ¿Cómo? - pregunto.
- 17.20, el pasaporte, - me dice tratándome como un imbécil.
Mierda. Lo soy. Nos quedamos mirando los dos. Cómo se lo explico ahora.
- Creo que no llevo dinero...
La funcionaria enciende la mirada y la clava en mi. Comienzo a notar el peso de la culpa sobre mis hombros. La mujer se ajusta las gafas, sonrisa cínica, se incorpora un poco en su asiento.
- ¿Me quiere usted hacer creer que lleva cuatro horas esperando y no sabía que hay que pagar? - dice poniéndose aún más rígida.
Su mirada se clava en mi. Siento miedo pero no puedo apartar la vista de ella, como un animal ante los faros de un coche. Quiero protestar. Salir corriendo. Empiezo a sudar. Una fotografía y sucarnét de identidad, eso fue lo que me dijo el tipo de la puerta que necesitaba. Y mira que le pregunte tres veces: ¿nada más? La sala comienza a dar vueltas. Trato de mantener la calma. ¿Eso ha sido una sonrisa? No. No. Necesito una respuesta inteligente.
- ¡Lo confieso! Lo confieso. He sido yo. He sido yo.
Bastante bien. Al menos se ríe. Tal vez ponerme de rodillas ha sido excesivo.
2 comentarios:
uuups...
jeje
y... te lo dió?
Solo a ti se te podia ocurrir no lelvar dinero, pero las frase de confesion me ha dejado pasmado. Sutil y Brillante!!! Un 10
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