El cementerio de las buenas intenciones.
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Autor: Pelayo Méndez.
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sábado, 10 de enero de 2009

Viento

El local está repleto. Se apagan las luces y el grupo comienza a tocar. La música es lenta y suave, como un viento frío que aspira a llenar habitaciones privadas en tardes de domingo o tal vez la cabeza de alguna mujer después de hacer el amor. Me hace pensar en Ella. La imagino leyendo en su cama, en la orilla del sueño, la historia del día. Y de pronto tropiezo con un cuadro en una de las paredes del bar. Representa un paisaje campestre, al fondo pueden verse dos montañas con forma de pecho de mujer, junto a la montaña izquierda luce el sol, muy cerca de la cima derecha la luna. Al pie de las montañas, en un plano intermedio, se extiende un bosque de árboles sin hojas, idénticos el uno al otro, como si los hubiera dibujado un niño pequeño. Delante del bosque hay un camino y un hombre detenido en él nos da la espalda y contempla el bosque desde una perspectiva similar a la de quien observa el cuadro. Pero está demasiado cerca como para que el paisaje que le rodea pueda recordarle el momento de abrir los ojos mientras se hace el amor a una mujer con la lengua. El trazo es torpe, los colores chillones. Me recuerda los dibujos que hacía en el colegio y al volver a casa colgaba en la nevera. La música se detiene. Suenan aplausos. Ha sido una canción preciosa, sí, pero lo siento tengo que irme. Salgo a la calle. Busco su número en el teléfono y detenido en mitad de la noche, tratando de decir el final, contemplo como el viento frío del invierno recorre la ciudad.

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