El cementerio de las buenas intenciones.
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Autor: Pelayo Méndez.
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miércoles, 5 de mayo de 2010

[Ella entro en mi vida por una ventana]


Ella entro en mi vida por una ventana. Leí, no hace mucho, que las cosas que entran por las ventanas llegan para quedarse para siempre. El hombre que lo escribió avanza siempre a través de las ventanas. Mencionarlo sería hacerle entrar en este relato por una puerta. No es necesario. Ella, no nos olvidemos de Ella, importante aunque accesoria, estaba sentada en la estación de metro. La observe tras la ventana del vagón mientras el tren se detenía despacio. Escribía nerviosa en una libreta. Me acerque y le pedí prestada una hoja. Tenía los ojos azules y brillantes, algo digno de elogiar bajo las luces fluorescentes de los andenes. Le pedí una hoja, trataba de no olvidar una idea que me rondaba en la cabeza. No la vi a ella. Vi la hoja. Necesaria y accesoria. Me senté a su lado para anotarla, la idea. Yo me bajaba. Ella no subía. Estaba allí. Sentada en la estación, escribiendo. Y los trenes llegaban, se marchaban y ella sin prisa por ir a ninguna parte. Yo siempre subo y bajo de los trenes. Voy a trabajar, a pasear, a pretender que hago algo importante, a encontrarme con la vida. Vuelvo a casa. Me encuentro y me pierdo. Hay un hombre. Otro hombre en esta historia. Que encuentro cada mañana en la estación donde hago transbordo camino del trabajo. Siempre está leyendo y tampoco nunca toma ningún tren de los que pasan. Tiene el pelo cano. Su cara me resulta familiar pero no alcanzo a recordarla. Tiene el pelo cano. Los ojos también azules. Y está sentado cada día en el mismo metro cuadrado de esta historia. Pero ese no hombre no escribe. Anote en esa hoja, que ella me dio: "Los discos de Nick Drake parecen no terminar nunca, aunque al final lo consiguen" A Drake también le gustaban las ventanas. Y después de hacerlo, la idea importante se volvío un sin sentido. Una de esas ideas que necesitan más tiempo para cobrar sentido. Como este texto. Como un polvo rápido en medio de una relación de sexo mantenido imposible de prever. De momento la anoté. Y la miré a ella. Y pensé en el hombre de las mañanas. Después me acerqué y le conté la historia. La historia de ese hombre que como ella no iba a ninguna parte, el hombre con el desayunaba en silencio la vida cada mañana. Le conté la historia del escritor que avanzaba a través de las ventanas. De las cosas importantes aunque accesorias. De las letras de Drake. Ella entro en mi vida por una ventana. Le pedí prestada una hoja. En el verbo prometí devolvérsela. Estoy en ello.

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