El cementerio de las buenas intenciones.
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Autor: Pelayo Méndez.
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lunes, 1 de octubre de 2007

Despertador

La alarma del despertador comenzó a sonar de manera estridente. Todavía dormido I. se incorporó en la cama como un resorte., la habitación estaba totalmente ciega. I. se inclinó hacia aquel ruido ensordecedor y con un golpe seco detuvo el irritante sonido. Despertaba poco a poco y comenzó a tantear la oscuridad con su mirada hasta encontrarse con las cuatro cifras digitales del reloj brillando tenuemente en la oscuridad. Las contempló ensimismado mientras trataba de ordenar las imágenes del sueño que acababa de tener.

- ¡Joder! que tarde, - murmuro.


E incorporándose de un salto comenzó a vestirse a toda velocidad. Recogió las llaves y la cartera de la mesilla de noche y cargó sobre sus hombros la mochila con el equipo fotográfico. En menos de un minuto estaba saliendo por la puerta de su casa, la furgoneta debía pasar a recogerle a las seis en punto junto con el resto del equipo. Mientras se preparaba para salir pensaba en la bronca que le había pegado al conductor la semana pasada por llegar tarde a recogerle. No llegaría a tiempo y tampoco le esperarían. En el rellano, tras llamar al ascensor, cambio de idea e impaciente comenzó a bajar las escaleras saltando los escalones de dos en dos. Al llegar al portal el teléfono móvil se le escurrió del bolsillo partiéndose por la mitad al chocar contra el suelo. ¡Estupendo! - pensó I. - y tras recogerlo lo guardo de nuevo en su chaqueta sin reparar en si podría volver a ensamblarlo. La calle aún no había amanecido, la luz de las farolas continuaba encendida. I. se lanzó a toda prisa hacia el paso de peatones más próximo, cuando alcanzó el otro extremo de su calle se detuvo en seco. Notaba algo extraño, apenas había tráfico en la calle, tan sólo un par de coches despistados en el horizonte. Miró a su alrededor, las aceras estaban vacías. Al pasar junto al bar, frente al que solían recogerle cada día desde que había comenzado el rodaje, le alcanzó el sonido de unas risas tambaleantes y un fuerte olor a alcohol. En la barra del local un grupo de borrachos bebían gintonic y bromeaban dándose golpes en el hombro. No había señal de la furgoneta que debía pasar a buscarle. Entró en el bar y tomó asiento en la barra. Los borrachos le miraron con curiosidad y uno de ellos pronunció en voz alta un nombre de mujer. Entonces M. apareció detrás de la barra.

- ¿Qué quieres? - preguntó desde lejos.
- Un café con leche - contestó I. sin apartar la mirada de los borrachos.
La camarera le miró extrañada.
- ¿Perdona?
- Un café con leche ¡ah! y un croissant - añadió, después volvió la mirada hacia la calle para ver si la furgoneta había aparecido. Tal vez ya se habían ido, era la cuarta vez este mes que perdía el transporte, menuda pesadilla. Imaginó que le despedirían, hoy era uno de los días clave, comenzó a pensar que no volverían a llamarle para ningún otro trabajo.
- Lo siento, - contestó la camarera a sus espaldas, - pero tengo la maquina apagada. Es muy tarde ya.
- ¿Tarde? - se sorprendió I. - pero... si aún no ha amanecido. Apenas son las seis. ¿¡Cómo demonios no vas a tener café a estas horas!?

El rostro de M. se transformó en sorpresa. El grupo de borrachos había cesado sus bromas y seguían la conversación con curiosidad. La camarera sonrío.

- Cariño, son las tres de la mañana.

I. guardo silencio. Los borrachos contenían una risa apagada y hablaban en voz baja. La mirada de I. se desplazó por el local; salvo por los taburetes que ocupaban los borrachos las sillas estaban del revés sobre las mesas y el suelo recién fregado. Al otro lado del cristal del bar, en la calle, algunas parejas regresaban a casa abrazados, vio pasar a un grupo de quinceañeros que corrían probablemente hacia la boca de metro más próxima. Con el rostro enrojecido I. apoyó los codos en la barra y le devolvió la sonrisa a M. La camarera lo miraba desconcertada.

- Bueno - dijo al fin ella - si quieres, puedo darte un vaso de leche.
- No, déjalo - respondió I. dejando caer pesadamente su mochila - ponme un gintonic.

Los borrachos dejaron escapar una carcajada que se elevó al mismo tiempo que sus vasos en forma de brindis. Cuando le hubieron servido I. les devolvió el saludo. Cerró los ojos. Pronto sonaría de nuevo el despertador.

1 comentario:

Anónimo dijo...

qué curioso que hoy escribas sobre despertadores estridentes...

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