El cementerio de las buenas intenciones.
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Autor: Pelayo Méndez.
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viernes, 28 de diciembre de 2007

Cuento de navidad

Dejó las bolsas de la compra sobre la encimera de la cocina y encendió el horno. La casa estaba algo fría, el reloj aún no había dado las once. En la sala de estar puso en marcha un pequeño calefactor eléctrico y rebuscó entre los discos hasta encontrar algo tranquilo y negro. El ordenador, que siempre dejaba encendido, brillaba sobre su escritorio en una de las esquinas del salón. Se acercó a él y buscó en la pantalla su correo electrónico. Había varios mensajes nuevos; publicad, felicitaciones navideñas enviadas masivamente, algún que otro encargo de trabajo que podía esperar hasta después de las vacaciones y un mensaje de un destinatario desconocido. Abrió este último después de marcar el resto de mensajes como leídos. Una persona desde Méjico decía haber encontrado su nombre en algún lugar de Internet y se ponía en contacto con él para saber si eran familia. al parecer tenían los mismos apellidos. Buscaba familiares provenientes de la zona centro de España, Madrid o Salamanca. Debía de ser un error. Respondió brevemente sobre su origen, bastante alejado de aquellas zonas y envío la contestación. Cuando regreso a la cocina el horno estaba preparado para calentar la cena; una bandeja de canelones congelados, abrió también una botella de vino y se sirvió una copa. Mientras esperaba a que la comida estuviera lista se sentó de nuevo frente a la pantalla del ordenador. Tenía un mensaje nuevo y le sorprendió ver que era él que acababa de enviar. La persona al otro lado del mundo se presentaba, disculpándose por la equivocación, acaba de darse cuenta que la coincidencia era entre el nombre y uno de los dos apellidos, no entre sus dos apellidos, por lo que era muy difícil encontrar relación entre ambos. Releyó la explicación un par de veces para comprobar si era correcta. Bebió un trago largo de vino, aquel hombre tenía razón, le respondió diciéndole que no se preocupara por haberle molestado. Después, acomodado en la silla de su escritorio, contempló las pantalla esperando una respuesta hasta que la alarma del horno comenzó a sonar avisando que la cena estaba a punto. Diez minutos más tarde, sentado en el sofá del salón con su cena en las rodillas, escuchaba la música y bebía a morro dando largos tragos a la botella de vino. Los canelones se quedaron fríos y a medias sobre el sofá. Dieron las doce, comenzaba el día de navidad. Un sonido breve y sordo anunció la llegada de un nuevo correo electrónico. Se sentó frente al ordenador y encontró la contestación de su homónimo desconocido, acababa de calcular el cambio horario con España y le deseaba una feliz navidad preguntándole como estaba pasando estás fiestas. Abandonó la botella de vino en el suelo y acurrucándose sobre el teclado comenzó a escribir esta historia.

1 comentario:

Guillermo N. A. dijo...

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¿Algo, "tranquilo y negro"?
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