El lugar
- Este lugar es como un libro abierto - responde la anciana. - Las paredes son sus páginas, esconden historias y personajes, tantos, que no terminaría nunca de nombrarlos. Duermo con la oreja pegada a la pared, escucho cada golpe, cada paso, el sonido de los dedos cuando arañan la piedra. Después de tantos años reconozco cada voz, cada susurro... He leído tantas veces cada una de sus vidas - concluye bajando la voz. - Yo dormiré en esta cama, usted puede dormir en aquel camastro. Por la mañana vendrá el doctor como cada día. Quizás él sepa qué le ocurre a su coche, es una lástima que no tenga teléfono.
Ensimismado con las palabras de la anciana el viajero escucha en silencio, mientras contempla las paredes que forman la única estancia de la cabaña, el juego de sombras que las recorren, sonríe imaginando sus dos siluetas como un gran charco de tinta derramada sobre las páginas de un libro. La voz de la anciana es agradable. Con cada palabra el viajero se siente más cómodo en su nuevo entorno, pese al cansancio del viaje cada vez se encuentra más a gusto en aquel lugar. La humedad de la región que le había infectado desde su llegada casi ha desaparecido de su cuerpo, poco a poco ha vuelto a sentir confortables sus ropas mojadas. La habitación se le ha hecho familiar, en muy poco tiempo se ha acostumbrando a la disposición de los muebles, a la incómoda silla en la que está sentado. Los minutos han calmado ya el desorden interior que le provoca entrar en un lugar desconocido, añadir a su mapa del mundo un trozo más de planeta, se siente ya parte del cosmos de la estancia, tan propio del paisaje interior de la cabaña como cualquiera de los escasos muebles.
La noche entra en la habitación, la mirada del viajero resbala hasta la chimenea donde unas cansadas llamas luchan por no extinguirse, la única iluminación de la habitación está en peligro, se acercan la oscuridad y el sueño. El viajero contempla cómo en la chimenea arde el recuerdo de los faros de su coche, la duda de haberlos dejado encendidos le hace reaccionar, se disculpa con la anciana y abandona la cabaña. En el exterior se detiene a contemplar el lugar en el que vive la vieja, tan distinto de su hogar en la ciudad de dónde llegó huyendo aquella misma tarde. Al recordar el motivo de su viaje ha de contener una nausea triste, de pie junto al extraño edificio las dudas le asaltan, se le nublan las razones por las que recorre esta apartada región buscando una pesadilla que le impide dormir desde hace meses, un sueño del que solamente recuerda el final. En su sueño una luz le ciega, él levanta los brazos para protegerse y ve sus manos cubiertas de sangre, no reconoce el lugar donde se encuentra pero a lo lejos, en un pequeño valle el viajero descubre una casa que le resulta familiar, sola en mitad de la nada, cree reconocerla pero no acaba de estar seguro y antes de poder recordarlo le atraviesa un grito, se despierta, cada noche, temblando.
Mientras contempla la noche infinita, la oscuridad reduciendo el mundo al terreno que alumbran los faros del coche, se convence de que el lugar que busca está cerca, podría ser cualquiera de las casas cercanas, siente que no tardará en encontrarlo. Se acerca hasta el coche y se asoma una vez más al motor maldiciendo la avería. Luego baja la capota y apaga los faros, dejando que la oscuridad engulla la cabaña. En el interior la anciana duerme entre las sombras, el viajero se acuesta en su camastro junto a las encogidas brasas del fuego. Los recuerdos del día se entrecruzan en su cabeza escribiendo un único cuento, con el que suavemente el viajero se deja dominar por el cansancio.
Esta noche su sueño es algo distinto, está encerrado en una habitación sin puertas, la luz de la luna se filtra a través de la única ventana, iluminando su figura en el fondo de la estancia. De repente comienzan a golpear la ventana, amenazan con entrar. El viajero desde dentro intenta contenerlos, empujando los cristales, tratando de evitar que se abran, luchando contra las sombras que apenas se perciben al otro lado. Al cabo de unos segundos todo se calma de nuevo, la habitación recupera su armonioso silencio, el sueño transcurre entonces plácido y por primera vez, desde hace muchas noches, el viajero puede descansar.
A la mañana siguiente los restos del fuego aún desprenden algo de calor. La anciana duerme en su cama, el claxón del coche del médico llega desde el exterior. El viajero sale a recibirlo, se encuentra extrañamente bien, descansado y seguro. El médico le saluda esquivamente y entra en la casa para atender a la anciana. El viajero decide esperar fuera contemplando cómo el mundo se descubre, infinito, cómo en el horizonte el sol se derrama sobre la pared del cielo, levanta los brazos para protegerse del sol y poder contemplar el paisaje, sus manos están cubiertas de sangre, a lo lejos, en un pequeño valle, el viajero descubre una casa que le resulta familiar, sola en mitad de la nada, cree reconocer el lugar pero no acaba de estar seguro y antes de poder recordarlo le atraviesa el grito del médico. Se vuelve. Temblando.
Ensimismado con las palabras de la anciana el viajero escucha en silencio, mientras contempla las paredes que forman la única estancia de la cabaña, el juego de sombras que las recorren, sonríe imaginando sus dos siluetas como un gran charco de tinta derramada sobre las páginas de un libro. La voz de la anciana es agradable. Con cada palabra el viajero se siente más cómodo en su nuevo entorno, pese al cansancio del viaje cada vez se encuentra más a gusto en aquel lugar. La humedad de la región que le había infectado desde su llegada casi ha desaparecido de su cuerpo, poco a poco ha vuelto a sentir confortables sus ropas mojadas. La habitación se le ha hecho familiar, en muy poco tiempo se ha acostumbrando a la disposición de los muebles, a la incómoda silla en la que está sentado. Los minutos han calmado ya el desorden interior que le provoca entrar en un lugar desconocido, añadir a su mapa del mundo un trozo más de planeta, se siente ya parte del cosmos de la estancia, tan propio del paisaje interior de la cabaña como cualquiera de los escasos muebles.
La noche entra en la habitación, la mirada del viajero resbala hasta la chimenea donde unas cansadas llamas luchan por no extinguirse, la única iluminación de la habitación está en peligro, se acercan la oscuridad y el sueño. El viajero contempla cómo en la chimenea arde el recuerdo de los faros de su coche, la duda de haberlos dejado encendidos le hace reaccionar, se disculpa con la anciana y abandona la cabaña. En el exterior se detiene a contemplar el lugar en el que vive la vieja, tan distinto de su hogar en la ciudad de dónde llegó huyendo aquella misma tarde. Al recordar el motivo de su viaje ha de contener una nausea triste, de pie junto al extraño edificio las dudas le asaltan, se le nublan las razones por las que recorre esta apartada región buscando una pesadilla que le impide dormir desde hace meses, un sueño del que solamente recuerda el final. En su sueño una luz le ciega, él levanta los brazos para protegerse y ve sus manos cubiertas de sangre, no reconoce el lugar donde se encuentra pero a lo lejos, en un pequeño valle el viajero descubre una casa que le resulta familiar, sola en mitad de la nada, cree reconocerla pero no acaba de estar seguro y antes de poder recordarlo le atraviesa un grito, se despierta, cada noche, temblando.
Mientras contempla la noche infinita, la oscuridad reduciendo el mundo al terreno que alumbran los faros del coche, se convence de que el lugar que busca está cerca, podría ser cualquiera de las casas cercanas, siente que no tardará en encontrarlo. Se acerca hasta el coche y se asoma una vez más al motor maldiciendo la avería. Luego baja la capota y apaga los faros, dejando que la oscuridad engulla la cabaña. En el interior la anciana duerme entre las sombras, el viajero se acuesta en su camastro junto a las encogidas brasas del fuego. Los recuerdos del día se entrecruzan en su cabeza escribiendo un único cuento, con el que suavemente el viajero se deja dominar por el cansancio.
Esta noche su sueño es algo distinto, está encerrado en una habitación sin puertas, la luz de la luna se filtra a través de la única ventana, iluminando su figura en el fondo de la estancia. De repente comienzan a golpear la ventana, amenazan con entrar. El viajero desde dentro intenta contenerlos, empujando los cristales, tratando de evitar que se abran, luchando contra las sombras que apenas se perciben al otro lado. Al cabo de unos segundos todo se calma de nuevo, la habitación recupera su armonioso silencio, el sueño transcurre entonces plácido y por primera vez, desde hace muchas noches, el viajero puede descansar.
A la mañana siguiente los restos del fuego aún desprenden algo de calor. La anciana duerme en su cama, el claxón del coche del médico llega desde el exterior. El viajero sale a recibirlo, se encuentra extrañamente bien, descansado y seguro. El médico le saluda esquivamente y entra en la casa para atender a la anciana. El viajero decide esperar fuera contemplando cómo el mundo se descubre, infinito, cómo en el horizonte el sol se derrama sobre la pared del cielo, levanta los brazos para protegerse del sol y poder contemplar el paisaje, sus manos están cubiertas de sangre, a lo lejos, en un pequeño valle, el viajero descubre una casa que le resulta familiar, sola en mitad de la nada, cree reconocer el lugar pero no acaba de estar seguro y antes de poder recordarlo le atraviesa el grito del médico. Se vuelve. Temblando.
1 comentario:
Llevaba tiempo sin venir por aquí... y ahora me arrepiento.
Retomaré la costumbre de dejarme caer por aquí, intentando no molestar.
Un saludo. Es un placer volver a leerte de nuevo
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