Listas
Q. ha dejado la terapia. Me lo cuenta de pasada mientras abandonábamos el cine en mitad de la película, un bodrio sobre periodistas de guerra norteamericanos que Q. se ha empeñado en ir a ver. En el autobús, de regreso a casa, después de criticar sin conocimiento de causa al director y al guionista, hablamos de su depresión.
- ¿Cuando lo has dejado? - pregunto. Hace meses que no nos veíamos.
- Pues... puede que más o menos diez días. Ya no la necesito.
- ¿Y tu medicación?
El autobús se detiene en una parada. Nos hacemos a un lado para dejar que una señora mayor cargada de bolsas pueda bajar. Han quedado asientos libres pero seguimos de pie. El autobús arranca de nuevo. No acabo de comprender cómo lo ha conseguido pero me alegro por Q., la última vez que hablamos había dejado su trabajo en el periódico y a penas conseguía salir de casa.
- También, la medicación también. Un poco antes - me aclara.
- ¿Y qué tal te encuentras?
Q. levanta la mirada con los ojos encendidos.
- Muy bien. Bueno, no se ha ido, sigue por ahí escondida, pero estoy bien. Mejor así. He encontrado un sistema mejor.
- ¿Un sistema?
- Sí, algo que me sienta mejor que la terapia y las pastillas.
Le miro extrañado, no consigo decidir si es indiscreto preguntar cuál es. Espero que continúe.
- Hago listas - me dice por fin Q. con cierto orgullo en su voz.
- ¿Listas?
- Ya sabes, esas cosas alargadas en la que una cosa va detrás de la otra - bromea.
El autobús vuelve a detenerse en otra parada. La puerta de salida se abre pero nadie desciende a la calle. En la acera los viajeros que esperan otro número diferente de línea nos contemplan a los de dentro con desconfianza. Se hace el silencio, tal vez por respeto, hasta que un chasquido sordo cierra la puerta y reiniciamos la marcha.
- Pero... - insisto - listas de qué tipo.
- Verás. Voy rellenado una libreta con un listado de las cosas que me gustaría hacer, de personas con las que me gustaría estar, alimentos que me apetece comer... Todo ordenado por grupos.
- Entonces el cine de hoy estaba en tu lista.
- Así es. Me ayudan a ordenarlo todo - Q. saca un cuaderno del bolsillo de su abrigo y me lo ofrece.
Es una libreta pequeña de espiral, color rojo, cuadriculada. La abro y paso páginas repletas de palabras tachadas hasta encontrar alguna libre de marca. Cada cierto número de páginas unas letras capitales anuncian una nueva sección. Algunas páginas después encuentro mi nombre, dentro de la sección PERSONAS, en medio de una de sus listas. No está tachado. Leo la sección de principio a fin, algunos nombres me son familiares otros no.
- La llevo siempre encima - me explica Q. - Si empiezo a pensar cosas negativas la abro y busco algo que tengo que hacer, así me tranquilizo.
Le devuelvo su libreta.
- Bueno, supongo que ya me puedes tachar - sonrío.
- No. En realidad no. No funciona así.
- ¿Por qué?
- Claro. Algunas cosas nunca se tachan. Si te eliminara no volvería a llamarte. Cuando algo de la lista no me complace al hacerlo lo quito para siempre. Así llegaré a lo que es realmente importante. Por las noches releo las listas, pienso en como han ido las cosas y tacho algunas palabras.
No sé que decir. No parece mal sistema. El autobús se detiene de nuevo en otra parada. Q. me anuncia que ha de bajarse allí. Nos despedimos. Mientras el autobús arranca le veo sobre la acera repasando su libreta, saca un lápiz del bolsillo y tacha algo en ella. Después se aleja con paso cansado. Busco un asiento libre y me entretengo un tanto preocupado en pensar en Q. y en su cuaderno. Espero que sobreviva en él alguna palabra. Su nombre no estaba en la lista.
- ¿Cuando lo has dejado? - pregunto. Hace meses que no nos veíamos.
- Pues... puede que más o menos diez días. Ya no la necesito.
- ¿Y tu medicación?
El autobús se detiene en una parada. Nos hacemos a un lado para dejar que una señora mayor cargada de bolsas pueda bajar. Han quedado asientos libres pero seguimos de pie. El autobús arranca de nuevo. No acabo de comprender cómo lo ha conseguido pero me alegro por Q., la última vez que hablamos había dejado su trabajo en el periódico y a penas conseguía salir de casa.
- También, la medicación también. Un poco antes - me aclara.
- ¿Y qué tal te encuentras?
Q. levanta la mirada con los ojos encendidos.
- Muy bien. Bueno, no se ha ido, sigue por ahí escondida, pero estoy bien. Mejor así. He encontrado un sistema mejor.
- ¿Un sistema?
- Sí, algo que me sienta mejor que la terapia y las pastillas.
Le miro extrañado, no consigo decidir si es indiscreto preguntar cuál es. Espero que continúe.
- Hago listas - me dice por fin Q. con cierto orgullo en su voz.
- ¿Listas?
- Ya sabes, esas cosas alargadas en la que una cosa va detrás de la otra - bromea.
El autobús vuelve a detenerse en otra parada. La puerta de salida se abre pero nadie desciende a la calle. En la acera los viajeros que esperan otro número diferente de línea nos contemplan a los de dentro con desconfianza. Se hace el silencio, tal vez por respeto, hasta que un chasquido sordo cierra la puerta y reiniciamos la marcha.
- Pero... - insisto - listas de qué tipo.
- Verás. Voy rellenado una libreta con un listado de las cosas que me gustaría hacer, de personas con las que me gustaría estar, alimentos que me apetece comer... Todo ordenado por grupos.
- Entonces el cine de hoy estaba en tu lista.
- Así es. Me ayudan a ordenarlo todo - Q. saca un cuaderno del bolsillo de su abrigo y me lo ofrece.
Es una libreta pequeña de espiral, color rojo, cuadriculada. La abro y paso páginas repletas de palabras tachadas hasta encontrar alguna libre de marca. Cada cierto número de páginas unas letras capitales anuncian una nueva sección. Algunas páginas después encuentro mi nombre, dentro de la sección PERSONAS, en medio de una de sus listas. No está tachado. Leo la sección de principio a fin, algunos nombres me son familiares otros no.
- La llevo siempre encima - me explica Q. - Si empiezo a pensar cosas negativas la abro y busco algo que tengo que hacer, así me tranquilizo.
Le devuelvo su libreta.
- Bueno, supongo que ya me puedes tachar - sonrío.
- No. En realidad no. No funciona así.
- ¿Por qué?
- Claro. Algunas cosas nunca se tachan. Si te eliminara no volvería a llamarte. Cuando algo de la lista no me complace al hacerlo lo quito para siempre. Así llegaré a lo que es realmente importante. Por las noches releo las listas, pienso en como han ido las cosas y tacho algunas palabras.
No sé que decir. No parece mal sistema. El autobús se detiene de nuevo en otra parada. Q. me anuncia que ha de bajarse allí. Nos despedimos. Mientras el autobús arranca le veo sobre la acera repasando su libreta, saca un lápiz del bolsillo y tacha algo en ella. Después se aleja con paso cansado. Busco un asiento libre y me entretengo un tanto preocupado en pensar en Q. y en su cuaderno. Espero que sobreviva en él alguna palabra. Su nombre no estaba en la lista.
4 comentarios:
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Wow... esto es... no se... temible...
una sensación muy angustiante...
quizás porque cada quien tenemos nuestro "sistema"... en el que depositamos toda nuestra confianza... o más bien, toda nuestra esperanza... sin considerar que ninguno de estos sistemas es infalible...
gracias... muy bueno en verdad...
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muy bueno! se parece a mi libreta! últimamente has estado apuntado y todavía permaneces en espera -tengo que llamarte-;
Aunque supungo que también estás en muchas otras, pues un tio guapo como tú está la mar de solicitado.
Me gusta mucho el final! sobre todo eso de "busco un asiento libre", el autobus, parece una alegoría de la libreta, refuerza... deberías potenciarlo!!
Iván
Creo que, en mayor o menor medida, de forma más abstracta, todos hemos tenido alguna vez nuestra libreta...
...aunque pueda dar miedo ir viendo cómo las cosas se van tachando poco a poco.
Espero que en la mía siempre quede por lo menos alguna palabra. En el caso contrario, la partida habrá terminado.
Un saludo.
Yo hace tiempo que dejé de tachar las palabras.... comenzó a darme miedo!!!
¿te refieres ha eso, no?
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