El cementerio de las buenas intenciones.
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Autor: Pelayo Méndez.
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viernes, 29 de febrero de 2008

La última cena

- El hombre procura mantenerse ocupado, da golpes en el mantel con el tenedor, dobla una y otra vez la servilleta o pasa distraido el dedo por el borde de su copa. La delgadez del cristal debe resultar agradable. Tal vez, un par de veces, ha pensado en presionar más fuerte con el dedo, en ver brotar su sangre, pero se contiene. La mujer, sentada al otro extremo de la mesa, probablemente divaga sobre el aspecto de la comida o algún problema de trabajo. Yo creo que Él tiene que contarle algo desagradable pero no se atreve.
L. se queda callada. Me mira y sonríe. Hace esto a menudo, inventa pequeños detalles sobre las personas que la rodean, perdón, "deduce". La pareja está sentada a mi espalda. Me vuelvo para observarlos, no veo nada extraño en ellos. Cenan y hablan.
- Eres una cuentista - le digo a L. devolviéndole la sonrisa.
- No, pero espera - insiste. - ya verás como en menos de media hora están discutiendo.
El camarero se acerca y nos pregunta si queremos más vino. Miro a L. que asiente con un silencio. Nos quedamos callados. Se me hace raro pensar que es la última vez que voy a verla en mucho tiempo. Sin embargo no es una sensación nueva, con ella me sucede a menudo, sólo que está vez es cierta. L. pasea de nuevo su mirada por el restaurante en busca de nuevas víctimas.
- Aquel hombre que cena solo acaba de perder a su mujer - dice de pronto.
- ¿Cuál? ¿El del traje gris?.
- Sí. Probablemente ha muerto.
- Un poco trágico tu final no crees ¿Por qué dices eso?
- Fíjate, come lentamente y cada poco levanta la vista hacia la silla vacía que tiene enfrente y se queda pensativo, con la mirada perdida, esa es la mirada de los que añoran. Además ¿qué hace sólo si no en un local para parejas como este un viernes? La comida no es nada del otro mundo.
Miro al hombre. L. tiene razón, su plato está a medias desde hace unos minutos y mantiene la mirada clavada en el respaldo de la silla.
- Quizás le gusta estar solo - apunto. - Puede que le guste disfrutar de estar tranquilo. No todos necesitamos estar rodeados de gente para sentirnos bien.
L. mira al hombre de nuevo. Esta vez con lastima.
- No, no está sólo - responde con convicción. - Pero la persona con la que está es invisible para nosotros.
Pienso en que Nueva York debe estar frío en está época del año. Seguro que a L. le encantará la ciudad. tendrá un montón de personajes interesantes con los que practicar su arte adivinatorio. Pienso en el tiempo de nuestras peleas, en el que esta manía suya me molestaba y no acabo de entender porqué. El camarero llega con otra botella de vino y la abre delante de nosotros. Vierte un poco de vino en mi copa para que la pruebe pero le digo que está todo correcto con la mano. L. se incorpora y tomando mi copa y bebe de mi copa. Saborea el vino lentamente como si realmente supiera lo que está haciendo. El camarero sonríe y deja la botella sobre la mesa. Después se va. De pronto un ruido de cristales me sobresalta. Al girarme veo como la pareja que había llamado al atención de L. se ha levantado de la mesa. Ella le aparta a un lado de un empujón y sale a toda prisa del restaurante. Él vuelve a sentarse, tranquilo y contempla con tristeza la enorme mancha de vino que cubre su camisa. Me vuelvo hacía L. que arquea las cejas mientras bebe de su copa. Tiene esa mirada suya de "ves, te lo he dicho" pero no se regodeará en su triunfo, nunca lo hace.
- ¿Sabes? - le digo. - Tal vez cuando te hallas ido yo también venga aquí solo alguna noche como ese hombre.
L. no dice nada. Baja la cabeza y hunde la cucharilla en el pastel que acaban de servirnos. Saborea lentamente el chocolate y observa con mirada perdida al hombre del traje gris.
- Se que lo harás - dice sin mirarme. - pero cuando vengas pide también una copa de vino para mi ¿Me lo prometes?
Sonrío. No contesto, no veo que haga falta decir nada más. Cojo la cucharilla y pruebo mi ración de tarta. Tiene un sabor extrañamente amargo.

1 comentario:

Guillermo N. A. dijo...

Reflexionando sobre la Felicidad, Santo Tomás de Aquino decía que, de entrada, sea lo que sea que requiriésemos para lograrla, estaría acompañada siempre, como una sombra, de la posibilidad de que nos fuese arrebatada… Y más aún, la felicidad absoluta es imposible (en vida) por la certeza de que sea lo que sea que nos haga felices, nos será arrebatado por la muerte… el colofón de esta reflexión es obvio y conocido…

Lo que nos define como patéticos a algunos de nosotros es el hecho de no poder disfrutar de algo, lo que sea, que nos es concedido disfrutar en algún momento, por el hecho de anticiparnos “ya” a su pérdida total… Y cuanto menos disfrute cuanto más felicidad nos pudiera proporcionar… Sí… patético… pero sólo de manera inmediata… porque pensándolo un poco… si bien nunca termine por ser aceptable… creo que sí puede resultar, al menos, comprensible… pero qué puedo decir yo…

Saludos...

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