El cementerio de las buenas intenciones.
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Autor: Pelayo Méndez.
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martes, 11 de marzo de 2008

Relojes y mapas.

R. tiene una pequeña librería de viajes en el centro de la ciudad.
- A veces tengo la sensación de ser un punto de información más que una librería me comenta. Los turistas no dejan de entrar a preguntar direcciones ¿Dónde está el museo de arte contemporáneo? ¿Qué parada de metro es la que tengo que tomar para ir a...? Pero apenas vendo libros. Voy a tener que pedir una subvención al Ayuntamiento o exigir que me compren un mapa por cada indicación. Todo el día igual. Eso sin contar a los clientes de la librería esotérica que queda en la calle paralela a la mía. Atraviesan todo el local sin mirar y me plantan en la cara un título tipo La iluminación del tiempo. o Cómo encontrarse a uno mismo. Y cuando les explicas que sólo vendes libros de viajes te miran como si les estuvieras engañando. El otro día uno va y me suelta ¿astrales? No entiendo como quieren ver más allá si no saben entender lo que tienen delante de las narices. Lo he puesto bien grande en la puerta: Librería especializada en viajes. No es tan difícil ¿cómo pretenden leer libros si no saben leer un cartel?
Le dejo hablar, parece preocupado. Creo que hay algo que le ronda por la cabeza pero no acaba de encontrar la forma de contármelo.
- ¿Tú sabes hacer algo con las manos? - pregunta R. - Quiero decir construir algo y no me refiero a muebles de esos desmontables con planos hechos por finlandeses.
No sé que contestar.
- Yo creo que no podría ni montar un mueble de esos - continúa R. - Creo que no entiendo bien los planos nórdicos. Ya sabes no están hechos para nosotros. Demasiado seguir las instrucciones. Me refiero a no sé... Verás... Ayer entro un hombre en la librería. Debía de tener cerca de sesenta años. Por su aspecto enseguida vi que estaba perdido o equivocado. Pero no parecía un turista y tampoco mostraba la mirada pérdida de los esotéricos. Se acercó al mostrador y me preguntó si tenía libros sobre técnicas de trabajo con materiales. Alguien le había indicado esta zona de la ciudad porque había bastantes librerías. Le contesté que no pero me interesé por lo que estaba buscando. Técnicas de vaciado algo así y trabajo con bronce. Le recomendé la tienda de materiales de bellas artes que queda un par de calles más abajo. Probablemente no tengan libros pero tal vez le podrían ayudar. El tipo pareció dudar un momento. Al parecer ya había estado allí y no tenían nada, ellos le habían indicado esta dirección, llevaba dando vueltas en redondo por el centro toda la tarde. Entonces me contó que era relojero. Lo dijo con pena. Se están perdiendo los oficios manuales me dijo. Ya no tengo aprendices y es muy difícil encontrar libros que enseñen estas técnicas. Me di cuenta de que tal vez le habían indicado la librería de diseño industrial que abrieron el mes pasado. Le apunte la dirección en una tarjeta y se la entregué. Me dio las gracias efusivamente y se fue muy contento. Parecía feliz con su nueva pista. Le seguí con la mirada hasta que salió de la tienda, después baje al almacén a buscar unas cajas de libros que debía colocar en las estanterías. Cuando volví al mostrador vi que el relojero había vuelto y esperaba a que le atendiera. Se le ha olvidado algo, pensé. Parecía perdido y miraba los montones de libros a su alrededor con curiosidad. Me puse frente a él. ¿Qué desea? Le dije sonriendo. De pronto reparo en mi y pareció asustarse. Como si hubiera visto un fantasma. Me señalo con el dedo y se puso blanco. Balbuceaba ¿Ya he estado aquí verdad? me pregunto. Sí, hace un momento. Vaya he debido de dar la vuelta a la manzana. He visto una librería y me he dicho esta es la mía. Se echo a reír pero al instante se detuvo en seco. Buenas tardes añadió y se fue. Parecía triste.
R. baja la vista. Le noto cansado.
- El mundo se queda sin relojeros - me dice. - ¿Lo sabías?
Confieso que no, nunca me lo había planteado.
- ¿Sabes que significa eso? - pregunta despacio.
Me temo que él si. Pero no va a haber tiempo para que me lo cuente. J. acaba de entrar en el café donde le estábamos esperando. Llega jadeante como si hubiera venido corriendo. Llegamos tarde, como siempre, nos anuncia con tono severo. R. y yo nos miramos y sin decir palabra cogemos rápidamente nuestros abrigos y salimos a la calle. Caminamos deprisa detrás de J. que marca el ritmo. Le pregunto a R. dónde vamos. Él tampoco lo sabe.

3 comentarios:

Marisa Paituví dijo...

JAJAJ
vueltas sobre lo mismo y planos nórdicos,
me encnta

Guillermo N. A. dijo...

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¡¡ Caray !!...

que extraño... a mí casi me hace llorar...
(y nada tiene que ver con la tonta idea de que me habría gustado ser relojero...)

Saludos...
-

Anónimo dijo...

Suerte que no estás enamorado de estas entidades!!!! me encantan.

yo también quiero un hijo Ikea!

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