El cementerio de las buenas intenciones.
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Autor: Pelayo Méndez.
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martes, 25 de marzo de 2008

Malos humos.

He quedado con T. para disculparme. Esperaba mi llamada hace días. Paseamos. Hablamos. No parece enfadada.
- Estoy harta - me suelta T. mientras acelera el paso de improviso. Está apunto de tropezar con el carro de la compra de un ama de casa de trayectoria única pero consigo apartarla a tiempo. - Siempre lo mismo. Pendiente del puñetero paquete de tabaco. Ayer a las tres de la mañana caminé tres manzanas para conseguir un cigarrillo. ¿Lo ves normal? y lloviendo. No quiero depender más de esta mierda, me hace sentir una cría de dos años.
- Pues... déjalo - le sugiero mientras voy disculpándome calladamente con los peatones con los que ella va tropezando.
- ¿Dejarlo? - contesta indignada. Se queda parada de improviso en medio de la acera y me arroja una rebuscada sonrisa diabólica. Después saca de su bolso un cigarrillo y lo enciende airadamente.
- Pero... ¿y lo que me acabas de contarme? - pregunto asombrado. - Si no te gusta la situación trata de cambiarla al menos.
T. da una larga calada al cigarrillo y esculpe una nube de humo color resignación en el aire.
- Cariño. No has entendido nada. No se trata de dejarlo, tan sólo de controlarlo. Por cierto - añade, - me tienes que hacer un favor.
T. se queda en silencio y me mira ladeando la cabeza con ese gesto a lo Gilda que tanto le gusta poner.
- Claro, lo que quieras... - contesto y echo a andar.
Ella me alcanza y se agarra de mi brazo. Tiene las manos heladas, voy notando lentamente como entran en calor.

1 comentario:

Guillermo N. A. dijo...

-
Cada quién con su adicción tiene que cargar...
¿Que no?

Saludos...
-

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