El cementerio de las buenas intenciones.
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Autor: Pelayo Méndez.
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lunes, 28 de abril de 2008

Vacas

- Voy a dejar mi trabajo, ya lo he decidido - comenta M.
M. tiene un trabajo un tanto atípico y una obsesión enfermiza por las coincidencias.
- ¿Qué quieres decir? Creo que estás exagerando un poco la situación.
- No, no lo entiendes. Es lo que tengo que hacer. No hay otra opción.
Desde que le conozco M. es reparador de robots ordeñadores. Cada robot controla un rebaño entero de vacas y las ordeña una tras otra. Las vaca entra en un cubículo, el robot le da de comer y mediante unos lasers detecta las ubres de la vaca, después la ordeña hasta dejarla sin leche, abre la puerta de nuevo y con una pequeña descarga eléctrica la hace salir. Así una tras otra durante todo el día. El ganadero puede estar tranquilamente en su casa a decenas de kilómetros. Si el robot se estropea entonces llama a M. y le comenta lo qué le pasa. M. coge el coche la furgoneta y va a repararlo. Su turno de guardia dura tres días a la semana. El resto del tiempo M. se lo pasa dedicado a sus manías. Es demasiado tiempo.
- Pues yo lo veo muy claro - añade después de una pequeña reflexión en silencio, - es un detalle que cuido mucho ¡La primera vez que me pasa desde que trabajo en esto!
- Pero qué tiene que ver, vamos - no hay manera.
- No entiendes nada - me reprocha con la mirada perdida.
- M. llámame tonto pero no creo que haberte quedado esta mañana sin leche en casa...
M. me mira sin comprender.
- No, - insiste tajante - no entiendes nada.

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