Breve visita del tiempo
El día amanece gris y envuelto en un viento frío, pero todavía quedan restos del calor del verano en el aire. El sol no se retira aún, la mañana parece se tan sólo un aviso del invierno. Me visto con la prisa de llegar tarde al trabajo y apuro un café entre los "deberías haber" de no tener tiempo más que para salir corriendo. La calle está humeda, parece que una leve lluvia se ha despertado temprano para dar un paseo por el barrio. Sigo su rastro hasta la estación y entonces le veo. En las escaleras. Es un hombre de unos cincuenta años. Delgado. Con una descuidada melena, canosa, rizada. Viste gafas sencillas, una camiseta negra, vaqueros oscuros, deportivas gastadas de color negro y cuelga de su hombro una maleta de cuero deshilachada. Me siento en uno de los bancos del andén de la estación, junto a él. Abre su bolsa, saca un libro de ella y después de mirarme de reojo comienza a leer. El reloj que anuncia la llegada del próximo tren descuenta los minutos al ritmo de segundos. Cuando la cuenta llega a cero entró en el vagón detrás del hombre y me siento frente a él. El hombre levanta la vista. Me mira y sonríe sin sonrisa. Tiene un rostro cansado y dulce. Pasan las estaciones, el hombre lee y yo le observo. Cuando llegamos a la estación en que debo bajarme sé que él se levantará conmigo. No dudo que esta mañana compartimos el mismo destino. Y en el andén, antes de separarnos en direcciones contrarias, nos despedimos durante unos segundos, mirándonos frente a frente, en silencio. Después me alejo despacio. Delgado. Con mi melena rizada desordenada, mis gafas sencillas, mi camiseta negra y mis vaqueros oscuros, sobre mis deportivas gastadas de color negro y palpo, en mi maleta de cuero deshilachada, el libro que no me he atrevido a sacar en este viaje. En mi lado del espejo la calle luce de nuevo sol. Me noto sin prisa. Tranquilo. El verano ha vuelto a reclamar su lugar. Sin embargo, siento frío por dentro.
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