(guerra) y paz
Vuelves a casa, después de doce horas vendiendo móviles en una tienda del centro. Te miro de reojo pero sin que sientas que te observo. Escucho tus historias sobre a quien ha despedido o los encargos que no acaban de llegar, sobre las tarifas que fluctúan en la comunicación, mientras te desnudas a lo largo de la casa. Y siento que acaba el día y he perdido otra oportunidad de arrancarte la ropa. Me gusta tu uniforme, lo sabes. Más de una vez lo he destrozado para hacerte el amor y luego tu has tenido que dar ex-plicaciones a tu jefe para evitar que te lo descontaran del sueldo.
Pero esta noche ya no me encuentro bien, demasiados blogs a lo largo de la tarde, demasiados relatos que hablan de la falta de amor disfrazada de indiferencia, demasiadas horas frente a la pantalla leyendo líneas que hablan de mundos espectaculares que no comparto.
- Es porque vivimos con el televisor apagado, cariño.
Y quizás por eso tu sólo tienes ganas de coger tu novela del XIX y sentarte callada en el sofá durante un par de horas antes de dormir.
Escribe algo, dices, como quién le tira un palo a un perro para que vaya a buscarlo y le deje solo en (guerra) y paz.
Y eso hago. Por si tal vez lees esto mañana.
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