El cementerio de las buenas intenciones.
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Autor: Pelayo Méndez.
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miércoles, 6 de junio de 2007

Cosas que hacen sonreír

Tengo sueño. Recorro el Paseo de Gracia al ritmo de una disciplinada hilera de oficinistas. Son las ocho de la mañana, voy a una entrevista de trabajo que un amigo me ha conseguido en un despacho de abogados. Llevaba años sin pasear por la zona de oficinas a estas horas. Es algo deprimente. La gente camina con paso marcial, la mirada perdida, se les nota que desearían estar en cualquier otro lugar, los que bajan por la derecha, los que suben por la izquierda, no puedo soportarlo. Me detengo bruscamente para encender un cigarrillo y soy atropellado por la mujer que viene justo detrás de mi en la fila. Trato disculparme pero me mira como si hubiera cometido un asesinato. "Perdone señora hormiga", le digo sonriendo. Ella farfulla unas palabras ininteligibles y se aleja agitando los brazos. Parece que no le ha gustado el chiste.

He de volver a la fila, será lo mejor, pero en ese momento algo pasa a mi lado rozándome y casi me tira al suelo. Veo una melena negra que se aleja a toda velocidad, una cadena agitándose al ritmo de los pedales y una pieza que se desprende de la bicicleta y cae a mis pies. Es un broche rojo con forma de flor. Levanto la vista, la chica de la bicicleta se ha detenido en un semáforo. Recojo el broche y echo a correr tras ella pero no consigo avanzar lo suficientemente rápido entre la gente. La llamo, agito los brazos, tropiezo con alguien y al incorporarme veo a la señora hormiga que sin mediar palabra me arrea un bolsazo. Duele. La chica de la bici ha desaparecido.

No vamos bien. Busco otro cigarrillo en el bolso, lo enciendo e intento serenarme. Falta poco, ya no debo estar muy lejos del despacho. Me incorporo a la derecha del paseo y camino un par de manzanas más mezclado entre los oficinistas. Entonces la veo, amarrada con la cadena a una farola, es la misma bicicleta estoy seguro. Busco en mi cartera un papel y un bolígrafo y apoyándome en la farola escribo: “Intente seguirte pero no pude. Sujétalo bien. No lo pierdas.”

Dejo la nota enganchada con el broche en el cable de freno y me alejo de allí buscando un banco libre en el paseo desde donde espiar la bicicleta. Voy fumando cigarrillos. Espero. Después de cien caladas aparece ella. No he visto de dónde ha salido. Se acerca a la bicicleta para liberarla, ve el broche prendido en ella, palpa su chaqueta y luego lo recoge junto con la nota. Lee con calma. Mira a su alrededor, parece desconcertada, está sonriendo. Sentada en la bicicleta vuelve de nuevo a leer la nota antes de ponerse en marcha, la guarda en su bolsillo. Cuando pasa frente a mi todavía tiene los labios iluminados.

Enciendo otro cigarrillo. Miro el reloj. Es demasiado tarde ya para la entrevista. Trato de imaginar que excusa le pondré a mi amigo. Tal vez que me atacó una hormiga.

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