Ficción.

Me cuenta que Brasil es un país nervioso, con mucha luz. Lleva un vestido de verano azul marino que le llega hasta las rodillas, adornado con un collar de piedras blancas talladas irregularmente. Cuando camina acaricia con la mirada todo lo que sucede a su alrededor. Se llama Lucía. Su portugués tiene un tono ocre, una melodía triste. No se encuentra cómoda en los besos, supongo que piensa en alguien.

Ha sido una noche tormenta, todavía hay relámpagos en el cielo aunque hace horas que ha dejado de llover. Subimos despacio por el Paseo San Juan, me dice que le gustan las formas de los edificios porque le recuerdan al lugar donde nació, que siempre llueve en todas las ciudades el día que llega a ellas, me cuenta que si tuviera que quedarse sólo con un escritor sería Kafka. Dentro de dos horas he de coger un autobús para salir de Barcelona, aprovechando la única semana que tengo de vacaciones. Me detengo en medio de la calle y dejo que Lucía se adelante un poco. Se vuelve para mirarme y recuerdo que ella no dejará escapar su avión cuando llegue el momento. El de mañana será el tercer autobús que pierdo está semana, tal vez deba dejar de comprar billetes. En la pared de su cuarto tiene colgado un mapa de São Paulo. Cada vez que lo miro no termino de comprender porque han hecho una ciudad tan grande cuando ella necesita solamente una habitación.