El cementerio de las buenas intenciones.
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Autor: Pelayo Méndez.
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martes, 28 de agosto de 2007

Las horas muertas

Desde que te has ido me encuentro con momentos en los que no sé vivir. Aparece entonces la rabia desplegando en mí una energía insólita. Me enloquece la necesidad de inventar nuevas formas de rellenar nuestras horas muertas. Cuando tú y yo aún estábamos juntos y nos abandonábamos a ordenar el mundo, desnudos sobre la cama, mientras el humo del cigarro, la música y los minutos se enredaban formando nubes en el techo de la habitación.

Desde que te has ido no aguanto demasiado tiempo en nuestro cuarto. Sobra el humo, me incomoda la cama, cambio una y otra vez de disco, incapaz de soportar una sola canción. Cada minuto envuelve esta sensación de que el que muere soy yo y no las horas.

Tratando de no dejarme vencer me entretengo cada día en dejar de fumar. Salgo a recorrer el barrio. Robo las guías telefónicas de las cabinas y arranco todas sus páginas escondido en algún portal. Como buen aprendiz de traidor evito pasar por delante de los estancos y vagabundeando... casi sin darme cuenta... termino en el parque donde tú y yo decidimos compartir el tiempo.

Desde que te has ido, sentado en cualquier banco me conformo con ser testigo de la vida. Observo a los niños saltar y empujarse. Me pregunto qué lecciones no aprendí cuando era como ellos. Veo a las madres comportarse a veces como niñas e intento robarles alguno de los consejos que dan a sus hijos. Aprendo de los ancianos que, como yo, perciben las horas más letales y más muertas que nunca. Regreso a casa, al atardecer, esperando que mañana retornes de la muerte para sentarte a mi lado en este parque.

- ¿Me has echado de menos? - preguntarás.

Y mirándome a los ojos, sin darme tiempo a responder:
- Ven. Yo te enseñaré cómo acabar con las horas muertas.

2 comentarios:

Olalla dijo...

Yo, las horas muertas las paso leyendo y a veces encuentro cosas que me gustan, así ya no están muertas y sigues.
Un beso y sigue.

B.C.M. dijo...

8

Deja, pobre Catulo, las locuras
Da por perdido lo que ves que ha
muerto.
En otro tiempo te alumbraron soles
resplandecientes, cada vez que ibas
a la cita con ella,
la que tuvo tu amor como ninguna
lo tendrá. Muchos eran los placeres
que tu querías y ella no negaba.
Resplandecientes soles te
alumbraron.
Ahora ella no quiere. Tú tampoco
la persigas, pues huye y nada
puedes.
Pero tampoco vivas amargado.
Mejor, resiste firme y hazte duro,
no te va a requerir ni a suplicarte
contra tu voluntad.
Ya sufrirás al ver que no te
buscan.
Ay de tí, mujer pérfida, qué vida
te espera. ¿Quién se va a acercar a
ti?
¿A quién le vas a aparecer hermosa?
¿A quién querrás ahora?
¿De quién dirán que eres?
¿A quién vas a besar, morder los
labios?
Tú, Catulo, con fuerza, aguanta
duro


Catulo

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