El cementerio de las buenas intenciones.
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Autor: Pelayo Méndez.
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miércoles, 5 de septiembre de 2007

Espiral

- ¿Qué le ha pasado?

Observo con calma fingida a la mujer que hace la pregunta. Lleva unas gafas puntiagudas de pasta roja, no le sientan nada bien, el pelo rubio y rizado, bata blanca. Lógico, es enfermera. En cuanto he entrado en la recepción del ambulatorio se ha creado un silencio sepulcral. El guardia de seguridad me contempla con curiosidad, las enfermeras tras el mostrador fingen mirar la pantalla de su ordenador mientras los vasos de plástico humeantes anuncian que he interrumpido la hora del café.

- Bueno... - titubeo – creo que me he tragado un cristal.
- ¿Cómo? - pregunta la mujer de las gafas monstruosas.

Vale, ahora tengo su atención ¿Qué más da cómo? Al menos he conseguido que levante la vista de su monitor. Me mira con gracia. No pienso volver a repetirlo. Arqueo las cejas buscando un poco de clemencia, toso un poco.

- ¿En serio? - añade en un tono que más bien parece indicar que ya soy un poco mayor para que me pasen estas cosas.

¡Claro que en serio! No hemos empezado bien. Trato de volver al estatus de adulto pero no va a ser fácil. La miro como si fuera estúpida. Silencio. El guardia de seguridad sale de la habitación, el resto de enfermeras han dejado de disimular y mantienen una animada conversación en voz baja. Trago saliva ostensiblemente. No pienso volver a repetirlo.

- Puedo darle hora para las seis - dice al fin. - Antes no. Todavía no han comenzado las urgencias. ¿Le viene bien?
- Supongo – respondo - a las seis entonces. Si no me he muerto antes.

Con un poco de orgullo la hipocondría se lleva por dentro. Le entrego mi tarjeta sanitaria mientras compruebo el reloj de pared de la sala, apenas son las cuatro. Mientras espero que anote mis datos se me ocurre comentarle lo curioso que resulta que exista un horario para las urgencias. El guardia de seguridad acaba de entrar y se ofrece a acompañarme amablemente hasta la salida.

En la esquina de la calle encuentro una cafetería, entro en el lavabo y me enjuago la boca, ya no sangro pero aún noto una punzada en la espalda. Me siento en una de las mesas y pido agua. Mala elección, la botella es de cristal y la copa que me ofrece el camarero no tiene mejor aspecto. Me pregunto si me dolerá al tragar y ya no me atrevo a beber. Cojo la copa, la levanto para mirarla al trasluz y comprobar que no tenga ningún defecto. Los cristales son peligrosos pero convivimos con ellos a diario. Si te tragas uno, supongo, puede rasgarte todo el cuerpo. Podrías morir en... ¿dos horas? El camarero se acerca, me pregunta si quiero otra copa, si a la que tengo le pasa algo. No , no, está bien. He de confiar en la mujer de las gafas. Si fuera peligroso me hubiera mandado al hospital. Tengo que dejar de pensar en cristales. Agarro el periódico que hay sobre la barra para intentar distraerme pero paso las hojas sin enterarme de lo que ponen. Dejo que mi vista vague por el local. Botellas, vasos, espejos... estoy rodeado. Cuando llego hasta la pila de ceniceros que se amontonan en la barra me viene a la memoria un cuento que leía de niño, sobre un faquir que masticaba botellas. No recuerdo que se muriera al final aunque tampoco estoy muy seguro de como acababa la historia. A urgencias no iba, creo. Tengo que tranquilizarme. De hecho no estoy completamente seguro de haberme tragado nada. Tal vez sólo me corte un poco la lengua con aquel vaso. Tendría que haber sido un cristal muy grande para rasgarme la traquea ¿no? Los niños pequeños se tragan de todo y nunca les pasa nada, hasta cucharas. Aparto el periódico y sin querer golpeo la copa que cae al suelo, en suspiro se esparce por el suelo en mil pedazos. Los escasos clientes del local miran los restos de cristal esparcidos por el suelo, después a mi. Sonrío tratando de disculparme con la mirada ¿Cuanto tardan en pasar dos horas? Respiro hondo unas cuantas veces. Pido un café y le pregunto al camarero si las tazas son de cerámica. Me dice que sí un tanto extrañado. Ya estoy más tranquilo ¿qué clase de formación médica tiene una enfermera? Esto no puede estar pasando. Rebusco en mi mochila hasta encontrar algún libro para tratar de leer un rato. No consigo recordar que he sacado esta mañana de la biblioteca. La taza de café ya está sobre mi mesa. ¡A que demonios le llama este hombre cerámica! Lo encuentro. Estupendo... Crónica de una muerte anunciada.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias me encanta tu cementerio. Es verdad que leyendo tus relatos se parro el tiempo. Ahora que sono mi mobil me tengo que ir corriendo. Nos vemos. Anaï, amiga de Clara y de Eli.

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